Cuando se describe un
vino, al hablar de las sensaciones que deja en la nariz, muy raro será que no
salga el concepto 'frutal'. El vino, en efecto, procede de la uva, y puede
encerrar en sí mismo muy variados aromas de otras frutas: manzanas ácidas,
melocotones, frutas rojas, cítricos, frutas del bosque... Era inevitable que,
en cualquier tiempo, a alguien se le ocurriese forzar esas sensaciones
frutales, potenciarlas; y el sistema más sencillo era, desde luego, añadir esas
frutas al vino, haciéndolas macerar en él o añadiéndole su jugo, o un derivado.
Lo más fácil es, desde
luego, mezclar en las proporciones que cada cual prefiera un vino, blanco o
tinto, y un refresco de limón; es un derivado del vino tinto con sifón (agua de
seltz) o del 'spritzel', que no es más que vino blanco con agua con gas, y
recuerda aquellos 'blancos con Vichy' que tomaba el comisario Maigret mientras
investigaba sus casos. La sangría es la
versión española. Sencilla: vino tinto, agua gaseosa, zumo de limón o naranja,
azúcar y trocitos de frutas: naranja, piña, melocotón, fresas... lo que a cada
uno le guste. Bien fría, pero añadiendo el hielo sólo al final, para no aguarla
demasiado. Hay versiones de sangría que
sustituyen las burbujas de un agua con gas por las de un vino espumoso: ni que
decir tiene que están mucho mejor. Y si maceramos en la mezcla, un par de
horas, unas cuantas frambuesas... el resultado es maravilloso. No frambuesas, sino grosellas negras, el
llamado 'cassis', es lo que usan los franceses en su mezcla más clásica: el
'kir'. Su nombre, cuenta Alexis Lichine, procede del canónigo Félix Kir,
dirigente de la Resistencia y después alcalde de Dijon. El 'kir' básico es sencillísimo: se echan en
una copa flauta un par de centilitros de crema de cassis y se llena con vino
blanco, que si es de Borgoña será, normalmente, muy bueno. Más enjundia tiene el llamado 'kir royal', en
el que en lugar de con vino blanco se mezcla la crema de cassis con champán. Y
luego está el 'kir impérial', que entronca con la variante de la sangría a la
que antes aludíamos: seguimos usando champán, muy frío, pero en vez de crema de
cassis se usa crema de frambuesa. Honradamente, prefiero dejar que las
frambuesas, enteras, maceren dos o tres horas en un buen champán rosado, en el frigorífico:
néctar de dioses. Los italianos, que han
sido capaces de añadir a un vino regularcillo un montón de hierbas y colocar su
vermú por todo el planeta, también tienen su versión, el 'bellini', creación de
Giuseppe Cipriani, fundador y copropietario del Harry's Bar de Venecia. La otra creación famosísima de Cipriani fue
el 'carpaccio', y tanto el nombre del cóctel como el del plato de carne
proceden de los de sendos pintores venecianos del 'quattrocento', Vittore Carpaccio
y Giambattista Bellini. La receta del
'bellini' la recogemos directamente del propio Cipriani: tomen unos melocotones
blancos, pequeños; quítenles el hueso, pero no la piel, y pásenlos por un
pasapurés, de los de hacer puré de papas. Añadan jugo de limón. Por último,
añadan el prosecco: un cuarto de zumo de melocotones, tres cuartos de prosecco.
Resérvenlo en el frigorífico, pero no demasiado tiempo para evitar que el
melocotón fermente. El prosecco es un
vino espumoso de la región del Véneto, que Cipriani decía preferir a muchos
champanes. Ustedes pueden hacerse su
'bellini' con el espumoso que prefieran, y ahorrarse el trabajo de hacer puré
de melocotones usando su zumo. No será igual, pero queda muy rico. Y, un día de
calor, a la hora del aperitivo vespertino, una sangría de frambuesa, un 'kir
impérial' o un 'bellini' son soluciones gratísimas y refrescantes. Ah: y muy,
pero que muy frutales.
Fuente El Mundo del Vino.com